Foscarini — Vite
Translations
unas prácticas en la editorial Picador, precisamente en el
edificio Flatiron». Y ahí está, este chico italiano y americano
al mismo tiempo que llega a conquistar Nueva York desde la
puerta principal. Brillante durante el stage en una de las
editoriales estadounidenses más importantes, con su sede
en el corazón de Manhattan, en uno de los edificios más
famosos del mundo, una editorial que al finalizar el stage
incluso lo contrató. Pero las historias, en la vida, no son
siempre fáciles, ni en Italia ni en Norteamérica. «Llegó la
crisis financiera y despidieron a mucha gente. También a mí.
Me encontré en Manhattan y sin trabajo. No fue muy
agradable, pero me dije que todavía podía volver a lo que
había considerado siempre como mi verdadera pasión:
actuar. Hice algunas audiciones, me cogieron en una escuela
importante y empecé ese itinerario». Jacopo se ha comprado
casa hace poco, un apartamento esencial, limpio, elegante,
justo delante de una escuela primaria de Harlem. El único
ruido que se oye son los niños que juegan. Nueva York
cambia siempre, sorprende siempre: quién sabe cómo era
esta calle cuando yo era un niño, en la década de los noventa,
quién sabe qué delirio, qué jungla urbana, quién sabe cómo
era antes de convertirse en la zona residencial tan tranquila
que es actualmente. «En estos años, evidentemente, he
vivido en muchos barrios. Como para otros aspectos de la
vida, ha sido siempre como estar en las montañas rusas,
como haber tenido varias vidas, altos y bajos. Después de la
editorial, trabajé de camarero en Brooklyn y en el East
Village, viví en Brooklyn, hace diez años, cuando todavía no
estaba muy de moda. Tenía dos compañeros de habitación,
luego en Soho viví con cinco personas, me trasladé en el East
Village y luego en el Upper West Side. Hubo un momento en
el que volví a vivir con mis padres porque no tenía un lugar
donde quedarme. Fue extraño, agotador, pero quizá
necesario. Una noche, en el restaurante en el que trabajaba,
serví la cena a Barack Obama. Actualmente aquí me siento
bien, me parece que tener un lugar para mí es bueno para mi
trabajo, es como si por primera vez hubiera encontrado un
equilibrio». Siempre que un día no llegue una llamada de Los
Ángeles, el riesgo maravilloso que corren todos los actores.
«No se puede saber. Quizá en un cierto momento tendré que
vivir un poco aquí y un poco allí. No creo que sea el lugar
adecuado para mí, no me gustaría moverme todo el tiempo
en coche, por ejemplo, pero al final, ya se sabe, decide el
trabajo. En un cierto sentido, quizá por culpa de ese póster de
la universidad, no se puede saber, pero sea donde sea que
tenga que ir a actuar, de todas formas yo seré siempre de
Nueva York».
ES pp.479
UNA HISTORIA DE AMOR
COMO LAS DE LAS PELÍCULAS
Hay historias de amor que nacen enseguida, a primera vista,
nos lo enseñan las películas y nos lo confirma la vida.
No sucede siempre, pero sucede. Anthia se enamoró de su
compañero en un instante, cuando tenía catorce años. A los
pocos meses se separaron. Luego, cuando ella tenía veintiún
años, se encontraron en la estación de Hong Kong. Pero
ambos estaban comprometidos. Después de veinticinco años
sus caminos se cruzaron de nuevo en el bar que él dirige en
Shanghái. También estaban comprometidos en ese momento,
pero como los cuentos de hadas y las películas enseñan que
el amor gana siempre, al poco tiempo Anthia se comprometió
finalmente con su viejo amor y se trasladó a Shanghái. «Poco
a poco, me estoy enamorando también de la ciudad», dice.
«Tardé un año en encontrar una casa que me gustara, pero
finalmente la encontré. Vivo en un lugar lleno de historia, algo
que no es muy común en un país en el que todo cambia
rápidamente, un mes tras otro, en el que existe un delirio
constante que lo arrastra hacia el futuro». El edificio en el
que vive Anthia lo construyó Ellice Victor Elias Sassoon, un
hombre con una historia extraordinaria. Era un judío sefardí
de origen iraquí que nació en Nápoles y murió en Nassau.
Era el tercer Barón de Bombay. Fue herido en acción durante
la Primera Guerra Mundial y se convirtió en un empresario
extraordinario que hizo construir el Peace Hotel y muchísimos
otros maravillosos edificios de la Shanghái de mediados del
siglo XX. «Sir Sassoon era un viajero, un fotógrafo, un
filántropo, ayudó a muchos judíos de Shanghái a escapar de
las persecuciones, era un hombre de mundo y yo aquí me
siento en un lugar en el centro del mundo. Cuando me asomo
por las ventanas de mi casa veo el Oriental Tower, el antiguo
edificio de correos y algunos puentes sobre el río. En
Shanghái puedes llegar a sentirte, a veces, un poco como en
Europa. Ves los edificios de Art Decò, la arquitectura de
muchos países europeos, pero luego encuentras también
esta enorme cantidad de edificios muy nuevos, no te sientes
nunca completamente obligada por la historia». El bar del
compañero de Anthia tiene veinticuatro años y, por lo tanto,
es uno de los más viejos de la ciudad. «Frecuentamos
personas de todo el mundo que frecuentan el bar. He vivido
toda mi vida en Hong Kong, donde las casas son pequeñas,
mi apartamento aquí es enorme y está orientado al este. Cada
día observo el amanecer y tiene siempre un color distinto».
Trasladarse por amor y empezar a enamorarse de la ciudad,
esta es la historia de Anthia. «En Hong Kong trabajaba para
la BBC World y, evidentemente, hecho un poco de menos la
vida de quien se mueve en el mundo de la información. Yo
vivía sumergida en el flujo de las noticias y la jubilación ha
sido un gran cambio. Pero siento mucho la energía de la
China, por cómo está cambiando. Shanghái cambia cada día,
hay un montón de proyectos y se restauran los edificios
históricos. Además, la generación más joven estudia y viaja,
van a estudiar a cualquier lugar. Creo que en el futuro habrá
todavía más europeos que vendrán a visitar Shanghái y a vivir
en esta ciudad». Quizá no todos por un amor reencontrado
después de veinticinco años, porque ciertos cuentos de
hadas son raros, pero quizá por amor hacia esta ciudad, tan
antigua, pero tan lanzada hacia el futuro.
FR pp.002
LA BEAUTÉ EST PARTOUT, À CONDITION
DE SE LAISSER SURPRENDRE
Le secret pour se faire écouter quand on raconte une histoire,
c’est de laisser parler son cœur. Le fait de penser aux
évènements, aux personnes, aux objets qui habitent cette
histoire et, avant de les décrire, d’écouter les vibrations qu’ils
produisent en nous, est une recette qui enrichit la vie. La vie
de celui qui raconte, mais aussi de celui qui écoute. Et ça
marche à tous les coups. Parce qu’au fond – indépendamment
de ce que nous sommes et de ce que nous faisons – nous
sommes tous des personnes humaines qui se nourrissent de
relations et d’émotions. Une marque peut-elle raconter des
histoires de cette manière-là ? Pas évident. Car il lui faut pour
ce faire renoncer au contrôle et céder la place à ceux qui
savent écouter. C’est ce que nous avons essayé de faire dans
VITE. L’idée était de laisser un artiste-photographe (Gianluca
Vassallo) et un écrivain (Flavio Soriga) libres de s’exprimer, de
même que leur regard et leurs mots libres d’évoluer dans des
espaces authentiques et personnels, en dépassant toutes les
formes de communication typiques du monde du design dans
lequel nous opérons. Un monde qui craint souvent
l’imperfection, cette imperfection qui fait pourtant partie de
la vie. Avec Inventario, Foscarini a donné une voix à la culture
du projet en créant un magazine indépendant en dehors de
toute logique commerciale. Avec le projet Ritratti, nous avons
allumé les projecteurs sur le design, et transformé nos
lampes en personnages. Dans Maestrie, nous avons raconté
le savoir-faire des artisans que les fabriquent. Et maintenant,
avec VITE, nous avons choisi d’observer le monde avec un
regard différent. De parler de lumière en partant non pas des
lampes – de ceux qui les dessinent, les développent ou les
produisent – mais des personnes qui vivent dans les espaces
qu’elles éclairent. VITE est un voyage qui nous a conduit à
travers plusieurs villes au Nord, au Sud, à l’Est, à l’Ouest, à
l’intérieur d’espaces vrais et authentiques, à la rencontre de
personnes réelles. Des personnes qui, ayant senti une
certaine affinité avec notre projet, ont patiemment mis à
notre disposition leurs maisons et leurs vies. C’est ainsi que,
sur la pointe des pieds, nous sommes entrés dans leurs
espaces de vie, des espaces où nos luminaires s’intègrent le
plus naturellement du monde, devenant partie intégrante d’un
vécu, tout en réalisant le miracle de caractériser et de
transformer l’espace. VITE est un objectif que scrute les
espaces, les expériences, les souvenirs, un regard capable
de s’intéresser aussi aux petites choses, conscient que la
beauté est partout, à condition de se laisser surprendre.
Carlo Urbinati
Fondateur et Président
de Foscarini
FR pp.007
DANS LES MAISONS
DES AUTRES, LA LUMIÈRE
Dans les maisons des autres, il y a des vies, des histoires,
des personnes. Dans les maisons imaginées par les écrivains,
juste des personnages n’ayant jamais vraiment vécu, jamais
parcouru les routes du monde. Des personnages qui ne
luttent pas, ne meurent pas, ne triomphent pas. Sortis du rêve
d’un insomniaque, ils sont des visages et des corps
entraperçus au réveil, rassemblés au fil des jours, des
semaines et des mois d’un labeur acharné.
Dans les maisons des autres, il faudrait entrer si possible
chaque jour. Pour poser des questions, frapper aux portes et
demander des nouvelles, pour regarder ses habitants en
face, se rappeler et pouvoir raconter ces rides, ces yeux
brillants, ces chemises froissées de travail, ces jeans délavés,
ces vêtements neufs achetés pour telle ou telle occasion
spéciale. Allez voir dans les maisons des autres - dira
l’écrivain affirmé à celui qui commence tout juste à écrire -
n’allez pas imaginer de pouvoir créer des mondes dans votre
tête sans connaître le vrai, de monde, sans avoir usé vos
chaussures sur les rues de Naples, de New York ou de Venise.
Votre travail consiste à marcher, parler et écouter, capter des
conversations, être curieux, toujours prêt à partir.
Dans les maisons des autres, au-delà les portes closes,
derrière les fenêtres grand ouvertes sur Central Park, au
troisième étage d’un immeuble à côté du Duomo de Naples,
sur ce balcon qui donne sur une église de Venise - dans les
maisons des autres il y a un père qui réchauffe du lait pour
son enfant, tant attendu et enfin arrivé, il y a une femme
magnifique qui lit le mail d’un vieil amour, il y a deux amants
clandestins, une prof qui prépare son dernier cours avant le
départ à la retraite. Derrière les portes des maisons des
autres, on naît, on meurt, on fait des projets de
déménagement, de voyage, de séparation et de nouveau
départ, on prononce des accusations et des récriminations,
on demande pardon et on se jure un amour éternel.
Je suis écrivain, la lumière est ce dont je me souviens des
journées que je vis. La lumière et les voix. La lumière qui jaillit
des fenêtres des maisons des autres, lorsque je marche dans
les rues bondées, l’après-midi, ou désertes en plein cœur de
la nuit, m’a toujours tourmenté, bouillonnant d’envie de
frapper à la porte pour demander à entrer, savoir ce qui se
passe et, s’il ne se passe rien, savoir ce qu’est cette lumière.
Est-ce la lumière de quelqu’un qui se repose ? Qui prépare
une fête ? La lumière d’un mari qui s’ennuie ? D’un fils qui
s’apprête à partir loin ?
Je ne pouvais rêver meilleur travail : partir dans les villes du
monde entier pour frapper à la porte d’inconnus heureux de
me laisser entrer, de répondre à mes questions. « Je
m’appelle Olya, je suis russe de naissance, mais New York est
depuis longtemps devenue ma ville, et elle le restera pour
toujours. Cet appartement que j’ai pu acheter donne sur le
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