Foscarini — Vite
Translations
habitación grande, pero normal, solo que se asoma a una
calle que no es normal. Antes de ser una calle fue un
ferrocarril elevado que atravesaba Manhattan, actualmente
es un parque lineal conocido en todo el mundo, una de esas
cosas que no puedes dejar de visitar en Nueva York, un
monumento vivo a la arquitectura ferroviaria de la década de
los treinta, un largo paseo a través de la ciudad. Se llama
High line Park y pasa precisamente delante del salón de Olya.
«Cada día pasan por aquí delante veinticinco mil personas,
es por esta razón por la que compré la casa, para estar
expuestos a la ciudad. Es una exposición continua. Me
despierto, preparo el café y desayuno precisamente ahí,
delante de las personas que pasan y me miran. Es algo que
me recarga, la energía llega desde la calle hasta mi, me hace
sentir bien. Las cortinas, en el país del sur de Europa de
donde vengo, son un elemento necesario para cada casa,
incluso en los pueblos donde todos se conocen, sobre todo
en los pueblos, es importante que las casas sean como islas.
Las cortinas son paredes, protegen de la mirada envidiosa,
malévola o chismosa, es necesario esconder lo que vivimos.
Dentro de casa no puede entrar nunca el ojo de los extraños.
‘Genti Allena’ decía mi abuela en nuestro idioma, para indicar
a las personas que no formaban parte de la familia y no
podían mirarnos a menos que se los invitara, si antes no nos
habíamos preparado». En cambio, Olya ha quitado las
paredes, ha sacado las cortinas, eliminado las barreras,
ha elegido vivir una parte de la casa como un espectáculo
perenne, ha aceptado que las miradas ajenas se fijen
continuamente en su rincón de casa, de vida. «Es como
formar parte de la ciudad, de su espectáculo», dice. «Es una
forma de vivir interactiva. Mi compañero y yo hemos decidido
ofrecer este espacio de exhibición a nuestros amigos:
organizamos cenas a tema, la gente se divierte, todos
enloquecen un poco en nuestras fiestas, la pared del salón a
veces se convierte en una pantalla, proyectamos obras de
jóvenes artistas que nos gustan. La gente pasa, hace fotos,
se detiene para mirarnos, como si fueran huéspedes también
ellos, como si esta casa fuera una parte del espectáculo de la
ciudad». Olya llegó a Nueva York hace veinticinco años, se
siente neoyorquina, sabe que sea lo que sea lo que le reserva
el futuro como directora de documentales, Nueva York será
siempre un lugar al que volverá. «Esta casa, este salón, fue
como entrar en el ecosistema de la ciudad, como si pudiera
ofrecer finalmente yo también algo a esta comunidad que me
ha dado tanto a nivel de arte, belleza y energía. Había visto
muchos apartamentos antes de este, algunos diseñados por
grandes arquitectos, pero ninguno podía ofrecerme esto.
Las otras eran sólo casas bonitas, este es un lugar único,
un espectáculo para inventar cada día». Todos pueden hacer
una prueba, es suficiente subir al High Line park, encima del
mercado de Chelsea, pasear unos minutos y detenerse
delante de la casa de Olya, como espectadores de su
espectáculo público y doméstico, seréis ‘Gente Allena’, pero
vuestra mirada será la bienvenida, como si os hubieran
invitado.
ES pp.389
UNA ESPLÉNDIDA CIUDAD DEL NORTE,
SIN MAQUILLAJE
Tivoli es el segundo parque de recreo más antiguo del mundo
y se encuentra en el corazón de Copenhague. Se visita
también sin niños, por la belleza de los carruseles, los juegos
de disparo y el teatro chino, para patinar sobre hielo, porque
es bonito jugar a cualquier edad. Tina vive a diez pasos de
Tivoli, su apartamento es como ella, está lleno de vida, de
ideas y de energía. Tina trabaja para periódicos de moda y
de mobiliario, tiene una casa en el mar por algún sitio en su
región de origen, en Copenhague vive de alquiler. «He tenido
suerte con este apartamento», dice. «Según las fotos del
anuncio parecía un lugar oscuro, pero cuando lo vi decidí
enseguida que era perfecto». Es un apartamento grande,
desordenado con el desorden de las personas que saben que
la belleza cuenta más que la geometría. En la casa de Tina
hay una antigua estufa de montaña con las baldosas de
cerámica, grandes ventanales, una pequeña terraza con
barbacoa, un dormitorio para sus hijos, para cuando quieren
pasar aquí algunos días o preparar el nido durante unos
meses. «Cuando me trasladé, hace seis años, me estaba
separando. Sentía que había llegado el momento de venir a
Copenhague, necesitaba una casa cerca del trabajo, quería
un jardín o una terraza. La verdad es que no me esperaba
encontrar un apartamento desde el que se viera el centro
de la ciudad». Subimos a la terraza, llovizna, hay humedad
y hace frío, una auténtica ciudad del norte en un día laboral,
helada y sin maquillaje. Volvemos al salón, Tina me enseña
algunas de las revistas para las que trabaja. Le pregunto si
le parece que el diseño es una cuestión importante en
Dinamarca más que en otros sitios. «Depende mucho de la
edad. Si entras en la casa de un septuagenario apasionado
de diseño te puede parecer que entras en una especie de
museo, mientras los jóvenes tienden a mezclar, compran
cosas de valor antiguas y muchas cosas económicas que les
han llamado la atención. Actualmente diría que la gente
busca objetos que tengan una historia. Estuve en una venta
de objetos usados, viejos, costaban como mucho diez euros,
pensaba que no habría encontrado a nadie, pero en cambio
había cola. Elegí un rompecabezas viejo, ni siquiera estaba
segura de que estuvieran todas las piezas, me gustaba la
idea de imaginar cuánta gente habría hecho ese
rompecabezas antes que yo. Quizá es debido al hecho que la
gente actualmente pasa mucho tiempo en un mundo virtual,
y al final se siente la necesidad de saber que hay vida vivida
en un objeto. En la época en que vivimos nosotros la soledad
puede convertirse en un problema enorme. Ha hablado sobre
ello la Reina Margarita II en el discurso de final de año: ha
dicho que tenemos que ser conscientes de que actualmente
corremos el riesgo de estar más solos que nunca.
Fue emocionante porque ella perdió a su marido hace dos
años y era claro que estaba hablando de la soledad de quien
envejece y ve morir a sus seres queridos, y también de su
soledad como Reina». Tina participa a muestras,
inauguraciones, desfiles. «Los amigos en una vida son
siempre pocos, las personas con quien quieres estar cuando
estás cansada, cuando tienes pocas ganas de hablar.
Es posible sentirse solos viviendo en un pequeño pueblo
donde quizá ya no quedan parientes y donde se encuentran
siempre las mismas personas en el bar y en la tienda cerca
de casa, pero también en una gran ciudad, aunque se esté
siempre fuera de casa». Uno de los hijos de Tina fue una
promesa del fútbol danés, hasta que llegó a la selección
nacional juvenil y decidió dejar el fútbol sorprendiendo a
todos. Quizá había intuido la soledad y la ansiedad que puede
sufrir un atacante cuando no hace gol desde hace unas
semanas y el entrenador, los compañeros y los aficionados
empiezan a preguntarse si ha llegado a su fin, si no había sido
siempre un farol. Quizá el hijo de Tina es un sabio de dieciséis
años y a saber las maravillas que le regalará la vida, lejos de
los estadios súper llenos y de los enormes edificios reales.
A lo mejor, después de todo, la mayor fortuna es poder pasar
dos horas en Tivoli sin que nadie te reconozca.
ES pp.417
LA NECESIDAD DE SENTIRSE LISTOS
PARA EMPRENDER OTRO VIAJE
Al apartamento de Antonello y Gennarina tienes que llegar,
tienes que conquistarlo. A ellos les costó meses de
búsquedas, al huésped le cuesta tres rampas de escaleras
empinadas, tras las cuales se llega a una casa llena de
espacio, de luz y sombras, una casa antigua que sus
anfitriones han reestructurado completamente, dejando
elementos cargados de historia, vigas y suelos, pero
poniendo mucho de su necesidad de nuevo. «Esta casa nos
llamó» dice Gennarina, «nos gustó enseguida porque era
difícil verla en perspectiva, imaginar cómo habría cambiado,
pero nosotros lo veíamos». La historia de esta familia es una
historia en movimiento: los hijos nacieron en el norte de Italia,
en el lago de Como, luego a un cierto punto volvieron a
Nápoles. «No hemos sentido nunca esa necesidad del
retorno que sienten muchos», dice Antonello, «es que nos
gusta irnos de viaje, no vivimos esta casa como el logro de
una estabilidad, al contrario, cuando nos dicen ‘Habéis hecho
la casa de vuestra vida’, nosotros decimos, ‘No, por amor de
Dios, nosotros esperamos movernos todavía’, este debería
ser el deseo, reanudar el viaje». Antes de encontrar este
apartamento vivíamos no muy lejos de aquí, de alquiler, una
casa del siglo dieciocho, habitaciones enormes, alquiler bajo,
pero sin luz. Entonces empezamos a buscar: meses y meses
en alquiler, cambiando de una casa a otra a la espera de
encontrar una para comprar. Al final encontramos una muy
cerca de la inicial. Una casa desde la que se ve el Duomo,
incluso se ve un pedacito de mar, el complejo de Girolamini
justo delante de las ventanas. «Fueron seis, siete meses de
nomadismo urbano, durante la búsqueda, luego llegó una
reestructuración larga, compleja, esa complejidad nos asustó
un poco, pero luego nos reforzó, fue como respirar con la luz,
nos alimentamos entonces y todavía ahora de esta luz que
llega». Una familia que a menudo habla al unísono, la hija que
estudia en Madrid, el chico que estudia para convertirse en
actor, que ya ha empezado este itinerario, un padre y una
madre entusiastas, que explican con alegría, con una energía
contagiosa. «Las casas», dice Antonello, «el concepto de
casa, tiene que ser siempre una obra, en las casas es
necesario cambiar el mobiliario, mover las cosas de sitio para
sentirse distintos, para seguir cambiando». Gennarina
asiente con la cabeza, «Yo intento vivir el espacio sin llenarlo
a toda costa, intento mantener el contacto con la necesidad
necesaria y no ceder a la acumulación». La casa como lugar
para pensar, dicen los dos. Se ocupan de arte ambos,
«Cuando me asomo a la ventana y veo el Complejo de
Girolamini pienso en las personas que han pasado por aquí
para estudiar, encontrar libros, en el interior hay una de las
bibliotecas históricas más importantes del mundo, luego
están las tres iglesias, el patio de los naranjos y una galería
de imágenes». Compraron la casa que quizá no sea la casa
para siempre, pero que parecen amar muchísimo. «Sobre
todo por la tarde, y evidentemente en verano, aquí hay tanta
luz que te tienes que defender, y entonces es precioso vivir
en el fresco de la penumbra, pero siempre con la certidumbre
de que la luz que tanto hemos buscado está allí, que la estás
manteniendo fuera tú, por elección, y que sería suficiente
abrir las persianas para sentirse invadidos de nuevo por ella».
A la espera de irse de nuevo de viaje, antes o después.
ES pp.441
LA CULPA DE ESE PÓSTER
EN LA UNIVERSIDAD
Teníamos todos un sueño, cuando éramos pequeños en mi
pueblo de campo muy lejos de Hollywood, teníamos el sueño
de empuñar una pistola y pelear en un duelo a la salida de
un Saloon vestidos de John Wayne, de correr por las calles
de California en las motos de bandidos suburbanos, de
convertirnos en espías británicos viajando por los Casinos
del mundo. Teníamos todos los sueños del cine, de niños,
pero nadie en mi pueblo pensó que podía convertirse en
actor. Había sueños que nadie se atrevía a hacer, de niños en
los pueblos del sur de Italia, cuando yo era también un niño,
nadie habría dicho jamás que fuera posible convertirse
realmente en actor, convertirlo en un trabajo. Jacopo en
cambio lo ha hecho. Ha tenido la suerte de pasar algunos
años, cuando era niño, en San Francisco con la familia, y esto
le ha permitido crecer bilingüe, pero luego la vida parecía que
lo llevaba hacia otra parte, hacia el mundo editorial o de la
crítica literaria, hacia Europa. «Se me hace extraño pensarlo
ahora, pero cuando estaba estudiando en París, en la
universidad, tenía en la habitación un póster del edificio
Flatiron. Y cuando la acabé, la universidad, me propusieron
Spanish
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