Foscarini — Vite
Translations
pare para almorzar. Viajar por mar ahora es muy distinto de lo
que hacían los piratas, los exploradores venecianos o los
conquistadores vikingos. Actualmente viajan sobre todo las
cosas y sobre todo en los contenedores. «Ordenadores,
libros, vestidos, transportamos de todo. Disponemos de más
de seiscientas embarcaciones portacontenedores y
veintisiete mil empleados en todo el mundo», dice David.
«También esta mesa ha viajado probablemente con
nosotros». La mesa es preciosa, está hecha con tablas de
madera antigua irregular, gruesas, con agujeros y grietas. Se
pueden imaginar las mil historias que esta madera tiene que
haber vivido. «La tablas vienen de un puerto de Sudamérica,
estaban en una estación marítima, una parte estaban en el
agua, alguien las recuperó y las transformó en esta fantástica
mesa». ¿Por qué has elegido esta zona de la ciudad para
vivir?, pregunto a David. Sonríe, sorprendido, con su hermoso
rostro sereno. «Porque es la mejor zona de la ciudad», dice.
«Apartamentos muy bonitos, con un estilo que adoro, hay
lagos, calles estrechas y agradables con bonitas tiendas, me
gusta. Hemos estado muy bien en esta casa, pero ahora
estamos en una fase de la vida en la que necesitamos un
poco de tierra, de plantas, y por eso nos trasladamos a una
casa con jardín». La mujer de David es chef, las auténticas
estrellas de nuestro tiempo, artesanos convertidos en
artistas. «Trabaja para una empresa que organiza sobre todo
eventos, grandes eventos, incluso de mil personas. Y es
verdad, intentan ser un poco rock star, ponen mucha
creatividad en el trabajo». Eres de Copenhague y vives en
Copenhague, le digo a David. ¿Has vivido siempre aquí? «No,
en efecto estudié en Francia. Me gustaba mucho el vino. A
parte esto me gusta estar aquí, me gusta el trabajo que hago,
me gusta que haya aproximadamente quince nacionalidades
distintas en mi grupo de trabajo, me aburriría trabajar en un
lugar normal sólo con daneses». Le pregunto si tiene la
intención de criar a sus hijos aquí. «Es posible que hagamos
una experiencia en el extranjero, un día. Quizá en la India. Allí
hay mayores dificultades, pero también más variedad, más
color, es muy fascinante como lugar, existen contrastes, aquí
somos todos muy similares como condición social y, por lo
tanto, en un cierto sentido los contrastes me fascinan. Y me
gusta la cocina de la India, evidentemente».
ES pp.175
LA LUZ PUEDE CEGAR,
LA CIUDAD TE PUEDE TRAGAR
Arnò es un pintor francés y vive en Nápoles, tiene dos niñas
y una casa preciosa. Es un hombre que sonríe mucho, me
recibe en su casa intrigado por lo que le digo que tengo que
hacer. «Explicar una casa, una vida», me imagino que piensa,
«¿Y cómo se puede hacer?». Y en efecto, quizá no se puede,
pero por otra parte, él intenta explicar las ciudades con
colores, no tiene que ser fácil ni siquiera eso. Cuando Arnò
llegó a Nápoles por primera vez sé perfectamente lo que le
sucedió, porque me pasó también a mi, hace veinticinco
años. Llegas a Nápoles y ¡Bum!, estalla el asombro, la
incredulidad, la locura y el amor. Porque te pueden haber
preparado de mil formas a Nápoles, pero no estás nunca
preparado para esta ciudad, para lo que encontrarás, por
ejemplo, en sus barrios populares. La gente, los gritos, los
cantos, el llamarse y responderse de un balcón al otro.
«Cuando volví a París después de mis primeros tres meses
aquí, mis amigos vieron lo que había pintado y todos me
dijeron lo mismo: Has estado en la ciudad del Vesubio y no
la has pintado ni siquiera una vez». La verdad es que cuando
llegas a Nápoles estás dentro de Nápoles, miras a tu
alrededor, pasas los días observando calles y caras,
callejones y balcones, no buscas las postales, no buscas los
paisajes. «Dejé París el primero de abril y era todavía
invierno, aquí encontré esta luz y estos azules, en París
puedes pasarte un invierno en el que el cielo es como blanco,
descolorido, aquí, en cambio, la luz está por todas partes, la
luz puede distraerte, desorientarte, secuestrarte». La luz
puede cegar, la ciudad te puede tragar. Y en efecto, ahora
Arnò se ha separado del caos del centro histórico, vive en un
barrio desde el que se ven islas, golfo, mar y Vesubio. Cuando
Arnò llegó a Nápoles lo llevaron a una fiesta, conoció a una
mujer que ahora es su esposa. «Es abogada, defiende a los
inocentes, como digo siempre, y ella dice que yo soy su lado
artístico». Hay silencio en esta casa, para pintar utiliza una
habitación pequeña, repleta de telas y que nunca se ve
invadida por el sol. «Hay un escritor napolitano, Raffaele
La Capria, que habla precisamente de esto, dice que es
imposible impedir realmente que la luz penetre en una casa.
No existe el concepto de la jornada bonita, en Nápoles,
nosotros estamos orientados al este y, por lo tanto, en cuanto
sale el sol ya sabes que será una bonita jornada, no puedes
encerrarte en casa, el exterior te absorbe. De esta forma,
cuando llega el cambio de temporada y las jornadas son más
cortas, me digo que finalmente puedo concentrarme un poco
en mí mismo, empiezo a filtrar, a salir menos, las veladas son
más largas, puedo dedicarme al trabajo de estudio, a las
fotografías. Busco sujetos, a veces ves un sujeto durante
años y no te llama la atención porque la luz no es la
adecuada». Antes o después la luz adecuada se encuentra,
sobre todo en una ciudad que no es la tuya y se ha convertido
en la tuya, y no lo será nunca pero ya lo es. «Me siento muy
mediterráneo», me dice Arnò. Que quizá quiere decir sólo
eso, che busca la luz adecuada y que la buscará para
siempre.
ES pp.205
LA MARAVILLA Y EL ESFUERZO
DE SER ESPECIALES
«Yo no puedo sentirme especial», dice Lucia, «porque no sé
como es vivir en otro lugar. Para mí la vida es esta, así como
para mis hijos, ir a la escuela solos ya desde primaria, pasear
por las calli (calles venecianas) y los campielli (plazas donde
desembocan las calli) sin que los adultos vivan con ansiedad
pensando en un accidente de coche. Para mí la única forma
de ciudad posible es esta, espacios estrechos encima de una
laguna, canales y puentes». Lucia sabe bien lo mucho que
ha cambiado Venecia, y es verdad que esta ciudad cambia
desde que se fundó, ha visto transformarse muchas veces
sus instituciones y el tamaño de sus dominios, ha crecido,
ha sido siempre taller y oficina abierta. Pero en los últimos
decenios ha cambiado de una forma nueva, ha visto cómo se
reducía el número de residentes y cómo aumentaba el de los
visitantes diarios. «Antes había meses en los que no se veían
turistas, ahora no, las tiendas de barrio están cerrando y
abren negocios de recuerdos que no valen nada, esos que
parece que griten a los turistas: ¡venid aquí, comprad esta
pacotilla, cuesta muy poco!, y a mí me duele porque parece
una falta de respeto hacia nuestros huéspedes». Por esta
ciudad han pasado tantos artistas que no tiene sentido
enumerarlos, y muchos de entre ellos han dejado notas de
viaje, testimonios e historias. «Actualmente, quien viene
a ver Venecia se lleva a casa un imán para el frigorífico.
Antes viajaba quien estaba realmente motivado, quien sentía
realmente curiosidad por descubrir un lugar distinto, así creo
yo, ahora se viaja más por el placer de comprar un billete de
veinte euros, para marcar el nombre de una ciudad en una
lista mental de ‘lugares que hay que ver’. Esta ciudad no es
solamente cara, es incómoda. Si alguien que vive en el Lido
tiene que ir hasta Mestre, es un viaje largo. Es una ciudad que
se ha detenido. A veces me parece que soy un poco como un
panda. Cuando visito las ciudades normales me encanta la
confusión, los coches me emocionan, luego por la noche
estoy agotada, es normal, me vienen ganas de volver al
silencio, no puedo esperar. Cerca de esta casa está la
Accademia, el Guggenheim, la Fondazione Pinault, es una
zona que habla de arte, por la noche hay un silencio
maravilloso, se oyen sólo los barcos que pasan». El marido
de Lucia es arquitecto, la casa la ha reestructurado él, desde
las ventanas y desde la terraza se ve Venecia como en los
sueños, los canales y los techos, el campanario de San
Marco. «Mi marido trabaja para grandes marcas de moda, les
ayuda a abrir sus tiendas aquí. Un arquitecto de Milán, París
o San Francisco no puede conocer a fondo todas las
normativas municipales o cómo funciona con el agua alta».
Vuelve esta cosa de ser especiales, de ser distintos, de
conocer una forma de vivir que nadie conocerá nunca de la
misma forma. «No sé si somos realmente especiales, los
venecianos, pero seguramente somos distintos. Cuesta
mucho esto de ser especiales en las pequeñas cosas, sobre
todo si tienes hijos. Cuando los niños eran pequeños e
íbamos a Mestre a cenar, volver desde Piazzale Roma a casa
era agotador, poníamos a los niños en un carro de la compra
y los llevábamos por las calli (calles venecianas) dentro del
carro, hasta nuestra casa y luego en brazos cuatro pisos».
Sí que es agotador, sí, ser especiales.
ES pp.233
UN VIKINGO DEL MUNDO CON
LA MALETA SIEMPRE LISTA
«Soy un hombre de playa, de clima cálido». Frederick tiene el
aspecto del vikingo que no dejaría de viajar jamás. Es hijo de
un diplomático, ha vivido con su familia en el sureste asiático
y luego en Alemania. De adulto ha vuelto a viajar por el
mundo: Hong Kong, Uruguay, Argentina, Honduras, Australia.
«He sentido siempre la necesidad de descubrir qué podían
ofrecerme los demás lugares del mundo». Tienen mucho que
ofrecer los lugares del mundo: comida, bebidas, música
y culturas. Todas esas cosas que, para Frederick, se ve,
cuentan mucho. La entrada de su apartamento es una
acumulación de viejas All Stars gastadas, testimonios de
quién sabe cuántas idas y vueltas. Frederick y su novia
mexicana / norteamericana acaban de tener gemelos.
Se llaman Kioko Bowie y Siena Indigo, y quizá esto dice
mucho de Frederick, quizá de su mujer, quizá de ambos, quizá
el hecho que me parezcan nombres tan importantes dice
mucho, en cambio, de cuánto soy yo un italiano de provincia.
«Kioko es japonés y significa ‘El que comparte la felicidad
con el mundo’. Bowie es por David Bowie, con la esperanza
que este nombre le de la fuerza de ser quien quiera ser.
Siena e Indaco son dos colores, uno es el color del amanecer
en la Toscana, mi color preferido, el Indaco es por el azul de
medianoche». El apartamento de Frederick se encuentra
al lado de una antigua fábrica de cerveza, en una zona de
restaurantes, parques, tiendas de artesanía y antigüedades
modernas. ¿Qué trabajo hace un chico del mundo?,
le pregunto. «He trabajado para empresas de comunicación,
pero ahora me dedico a la producción de espíritus. Licores,
aguardiente danés. Es un producto típico, el más antiguo del
norte de Europa, se fabrica desde hace quinientos años.
El problema es que actualmente tiene mala reputación, la
gente lo asocia a los viejos bebedores, a los bisabuelos, a la
gente antigua. Mi reto es intentar que los jóvenes la
descubran de nuevo como bebida que forma parte de nuestra
historia y como producto natural, bueno». Me presenta una
tarjeta de visita, el logo es muy bonito, un ciervo con cuernos
grandes que salen del escudo, la bandera danesa, una corona
y la naturaleza. Hace pensar en tardes y campos infinitos,
veladas delante de una chimenea en una cabaña, viento frío
y nieve que cae, perros pastores acurrucados frente a las
llamas, un vaso para vaciar lentamente. ¿Cómo imagina el
futuro un productor de licores? «Me gusta este edificio
antiguo, me gusta que tenga una bonita vista, que en los
alrededores haya locales y restaurantes, me ha gustado
siempre sentir la vida a mi alrededor, y en Copenhague se
vive bien, sobre todo en verano cuando se convierte en una
ciudad completamente distinta. Pero me gustaría también
volver a hacer un poco de vida de playa, de mar. Creo que
antes o después nos iremos de nuevo, hay demasiado mundo
todavía por ver».
Spanish
Texts by Flavio Soriga
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