los sueños de todos, mientras existan locos como Paolo e Isa
que reestructuren las casas antiguas y las llenen de vida.
ES pp.065
YO ERA UN OLIVO ENANO
GENERADO POR VIENTOS JÓNICOS.
«Los sardos tienen un gran sentido de la religiosidad», me
dice Maria. Yo me paro –estamos paseando por una zona de
Nápoles elegante, ordenada y silenciosa– me paro, la miro
y sacudo la cabeza. «No, por favor. Los sardos no existen»,
le digo. Los sardos son todos distintos entre ellos, como los
napolitanos. Sólo quien no ha estado nunca en Nápoles piensa
que Nápoles es toda igual. Que existen los napolitanos con un
carácter único y una única forma de vivir la vida. En cambio la
ciudad es demasiado inmensa para explicarla con dos o tres
caracteres, y Maria lo sabe perfectamente. Maria es
mediterránea, napolitana, un poco normanda, quizá,
totalmente posmoderna. «Yo era un olivo enano generado por
vientos jónicos», me dice Maria citando una frase de Elsa
Morante. El olivo representa Grecia y Cerdeña, representa
África del norte y España, somos yo y ella de la misma forma.
Maria vive en una casa de alquiler, pero es completamente su
casa, es el resumen de cien vidas, porque ninguno de nosotros
ha vivido sólo una, sobre todo cuando llega el momento de las
canas. «El olivo», dice Maria, «es una planta que explica todo
el mediterráneo, tenemos el olivo exuberante de las costas
y el de Pantelleria, pequeñito, retorcido y con las ramas hacia
abajo para refrescar y hacer sombra». También el olivo es
muchas cosas, como los sardos y los napolitanos. «Tengo
cuarenta y ocho años y he decidido que quiero que se vean las
canas. Se tiene que ver la vida que ha pasado, ¿no?». La casa
de Maria está llena de cerámicas, cuadros, muñecas antiguas
de los Flandes, arte y luz. «Era el mes de mayo de hace diez
años y en cuanto entré en esta casa me dije: Esta es mi casa.
Es una casa cálida, acogedora, hecha con toba amarilla, el
color del sol cálido e intenso. Vivía en ella desde hacía sólo
dos días, pero organicé un banquete, no había lámparas ni
muebles, tenía sólo cajas por todas partes, pero recibí a mis
huéspedes». Maria es profesora de la universidad y crítica de
arte, su vida está llena de arte y belleza. «Esa primera cena,
organizada con cuatro cosas, a toda prisa, tras la inauguración
de una muestra, fue como decirle a la casa: Mira, a pesar de
que falta mucho para que yo consiga que seas acogedora,
tendremos que asegurarnos de que todos se sienten
bienvenidos aquí». También es una obra, la casa de Maria,
un lugar donde se encuentran artistas, críticos, amigos y
desconocidos. «De vez en cuando voy a buscar una casa para
comprarla, pero ya mientras estoy saliendo me arrepiento, me
aburro, en realidad la propiedad no me interesa en sí, me
interesa sentir mío un lugar, únicamente sentirlo, lo que me
importa es que todos se sientan cómodos aquí». Comemos
en la terraza, al sol, fuera de Nápoles, esta ciudad en la que la
gente cree que viven sólo tocadores de mandolina jaraneros
y adoradores de la pizza, de la mozzarella y de los macarrones,
aunque Maria para comer haya preparado arroz negro y
verduras al vapor. «No consigo pensar en una casa, aquí en
Nápoles, que no cuente con un espacio en el exterior, que no
disponga de una prolongación hacia fuera, hacia el teatro de la
vida, un lugar en el que se esté expuesto a la vista. En una
terraza pierdes la intimidad absoluta y entras ya en escena,
entras en esta ciudad teatro en la que es tan común dar un
paseo, fuera, en la representación más que en la intimidad».
Esta ciudad es un teatro, un museo, un campo de juego y de
maldición, un millón de cosas distintas, vividas por miles de
vidas amontonadas, concentradas, puestas en escena, y
donde cada uno tiene su teatro, y Maria desde aquí arriba
observa la ciudad y sonríe, como un olivo posmoderno que
sabe que cada uno de nosotros tiene raíces con las que lidiar,
y cada uno lo hace a su manera.
ES pp.097
DONDE EL ESTE ENCUENTRA EL OESTE,
Y EL FUTURO ES IMPREVISIBLE
Shanghái no es únicamente una ciudad, no es una ciudad
sencilla (si es que existen ciudades sencillas), Shanghái es
mucho más de lo que se pueda imaginar. Es grande y
complicada como una nación, tiene casi treinta millones de
habitantes, es la segunda ciudad más poblada del mundo,
tiene una historia muy rica y lleva sus marcas. Es enorme y
puede hacerte sentir minúsculo o hacerte embriagar con su
energía. Nan Lang es un hombre silencioso, tímido, que parece
absorber la energía de la ciudad en su interior, transformándola
milagrosamente en calma y seguridad en los gestos y las
palabras, quizá también en los pensamientos. Llegó a
Shanghái para ser diseñador y es lo que hace. Su casa está
repleta de objetos, pero no hay nada que parezca estar fuera
de lugar. Es posible que para vivir en una ciudad tan grande,
tan caótica y en un estado de cambio constante sea necesario
tener todo bajo control, al menos lo que se puede controlar.
Nan Lang trabaja como diseñador y dice de sí mismo que es un
hombre moderno con un hombre antiguo en su interior.
Es tímido como el cachorro que hace poco salvó por la calle.
«Mi gato, en cambio, es un parlanchín», dice, y sonríe.
Si existe actualmente un lugar en el que un arquitecto, que
vive en la modernidad aunque se siente un poco antiguo
dentro, puede sentirse cómodo, quizá sea precisamente
Shanghái, en el antiguo barrio francés. «Mi barrio es muy
bonito, los edificios de la vieja Shanghái tienen detalles
estupendos, también la posición es buena, puedo ir al trabajo
caminando, es muy cómodo». La casa de Nan Lang tiene una
luz cálida, el aire de un refugio preparado un centímetro tras
otro. Está repleta de objetos, pero uno sobre todo es
importante para su propietario: «Es el certificado de
matrimonio de mis abuelos. Lo he enmarcado y lo tengo en
casa conmigo. Es un objeto maravilloso que significa mucho,
es una parte de mi historia». La historia de cada uno de
nosotros empieza muy lejos, incluso para quienes han nacido y
han crecido en la misma ciudad de sus padres y abuelos.
En Shanghái se entrelazan millones de historias iniciadas en
otros lugares y que confluyen en este universo urbano. Un
contexto perfecto para trabajar sobre las líneas, los colores y
los materiales de los objetos, para intentar dar forma a
muebles y prendas. A Nan Lang le ha gustado siempre diseñar,
desde niño. Ahora tiene su propia marca de moda y dice que
su trabajo está formado por muchos trabajos. «Me gusta
mucho el diseño de interiores, me gustan los espacios que
hacen sentir cómodas a las personas fácilmente. Además me
ocupo de diseño gráfico, moda y acondicionamientos. Es un
trabajo variado y me gusta muchísimo. Amo la vida que llevo,
en realidad amo mucho la vida en general». Un diseñador en
una ciudad que se diseña de nuevo continuamente. «Shanghái
tiene una vida cultural muy intensa, hay espectáculos,
muestras y galerías. La ciudad actualmente es muy inclusiva.
Aquí el oeste se encuentra con el este, lo antiguo convive con
lo moderno. La vieja Shanghái es muy fascinante. La Shanghái
del futuro es imposible de prever». Una ciudad moderna con
un cuerpo antiguo en su interior, exactamente como Nan Lang.
ES pp.125
UNA CASA LLENA DE VENTANAS
CON UNA HISTORIA PARA ESCRIBIR
Una amiga mía, sarda como yo, vive en Nueva York desde
hace diez años. Su marido es un músico de jazz, se llama
Avram, es hijo de inmigrantes rusos de Brooklyn. Me llevan de
cena a Fanelli, un lugar en el que no había entrado nunca y
que me parece conocer desde siempre. Se saludan, se
reconocen y se abrazan todos, los clientes y los camareros y
camareras. En la pantalla hay un partido de fútbol americano,
pregunto a mi amigo si es un deporte que sigue. «Yo crecí en
Brooklyn, me gustaba el soccer, el fútbol, y me gustaba el
jazz», me contesta. «Mi mujer piensa que el fútbol es una
cosa de persona media. Quizá en Italia es así, pero si creces
en América, amar el soccer te convierte en un excéntrico.
Mirar el soccer y escuchar jazz, cuando yo era pequeño, era
algo muy extraño». El mundo se parece cada vez más,
sufrimos todos de una sobredosis de imágenes, vídeos y
audio, viajar ya no es la aventura que era en el pasado, pero
sigue siendo una experiencia extraña. Incluso Nueva York,
que es un lugar que todos pensamos que ya conocemos un
poco antes de llegar, pero que es una ciudad que puede
hacerte ver, de forma distinta, cosas que pensabas conocer
perfectamente. Como el fútbol. El propietario de la casa con
el que he quedado después de cenar con mi amigo jazzman
ya lo conozco porque viene de mí misma ciudad de mar,
aunque no lo había visto nunca antes de que me abriera la
puerta. Conozco su acento ligeramente arrastrado, su rostro
juvenil que no envejece y su sonrisa astuta. Podríamos hablar
de nuestro equipo de fútbol durante horas, pero esta noche
no porque somos dos compatriotas, aunque estamos en la
otra parte del mundo respecto a casa, rodeados por Nueva
York, en esta casa en la planta quince, completamente
acristalada. «Se ve la Estatua de la Libertad, incluso por la
noche, si miras en la dirección correcta». Lo intento, pero no
la veo. Veo Manhattan, sus rascacielos, el ponte de
Williamsburg, el East River. «Para hablar de la casa tenemos
que esperar a mi mujer, Fleur», dice Carlo. «Es ella la que
toma las decisiones, yo la dejo hacer». Carlo trabajaba en
Londres desde hacía muchos años, luego un amigo sardo le
pidió que viniera aquí a dirigir uno de sus restaurantes. «Me
ha dicho: ‘Ven a verlo, no quiero exagerar, pero esta ciudad
sabe ser muy mediterránea’. Y tiene un poco de razón, si
llegas de Londres te encuentras con un cielo despejado, la
luz y el agua a tu alrededor. Crecí en una casa de Cagliari
desde la que se veía el mar, pero hasta que no me fui de allí
no me di cuenta de que era una cosa preciosa». La mujer de
Carlo es Francesa y trabaja en la ONU, ha viajado mucho.
«Quería a cualquier precio estos mapamundis, ¿ves? Hasta
que no encontró exactamente los que quería, no dejó de
buscarlos. Pero la casa la elegí yo, ella es más un tipo de casa
antigua, con antiguos ladrillos rojos, escaleras de incendios
y viejas ventanas. Cuando esperábamos a nuestra hija pensé:
a cualquier precio, no quiero terceras plantas con escaleras
estrechas y sin ascensor. Vimos muchos lugares, la mayor
parte de ellos horribles, hasta que un día me encontré este
edificio, nuevo. Me volví loco: una casa con vistas en tres
lados, toda luz. Pensé: seremos los primeros en venir a vivir,
el primer capítulo de la historia de este apartamento».
Mientras Carlo explica, su hija Lulù, seis meses y muchas
palabras incomprensibles por decir, no calla nunca. También
cuando llega su madre sigue hablando por los codos. ¿Os
gustaría que vuestra hija creciera aquí?, pregunto a los dos.
«Yo estoy aquí desde hace diez años», dice Fleur, «nuestros
trabajos podrían llevarnos a otros lugares, pero estaremos
siempre unidos a Nueva York, a nuestros amigos. He vivido
en Senegal, Madagascar, México, Dinamarca, en el futuro,
quién lo sabe». Lulù, en los brazos de su padre, escucha
atenta y, por un momento, en silencio. «Mientras tanto le
enseño los amaneceres y los atardeceres desde la terraza»,
dice Carlo. «Puede parecer una frase hecha, pero cada día
me parece que la luz es distinta». No es nuestro
Mediterráneo, pero en fin.
ES pp.145
UN POCO PIRATAS, UN POCO ARTESANOS,
UN POCO ROCK STAR
Sea cual sea vuestra última compra, es muy probable que
haya viajado por los océanos en un contenedor propiedad
de la empresa para la que trabaja David. «El 20% del tráfico
de mercancías por contenedor del mundo viaja en nuestras
embarcaciones», dice este señor de Copenhague muy
ocupado, camisa de rayas, traje de despacho, el aire de quien
tiene poco tiempo para almorzar, siempre que normalmente
Foscarini — Vite
Translations
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Texts by Flavio Soriga
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