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de departamento en la universidad de Berlín
no sabíamos qué iba a ser de nuestro futu-
ro, y entonces nunca pensé sobre nuestra
identidad mestiza. Yo tengo hijos que son
medio indios, medio españoles, y tú medio
alemanes, medio burkineses. En ambos casos
nuestra próxima generación será mixta y
debemos pensar en nuestra identidad. Digo
esto por encontrar hitos en nuestros via-
jes paralelos. Yo estudié en Bombay, y muy
pronto terminé la carrera de arquitectura y
monté mi propio estudio. En 1990 ya me
había ido de Bombay y eso era muy raro
en la India, que una mujer crease su propio
estudio, que emprendiese algo por su cuenta
y hasta que fuese en moto… Hice cosas que
a la gente le parecían demasiado atrevidas,
aunque nunca me preocupó demasiado su
opinión. Siempre me vi como un espíritu
libre. Pensaba que independientemente de
lo que hiciese, por muy pequeño que fuera,
incluso fumar un cigarrillo, me criticarían
igualmente. Yo sabía que lo hacía como
forma de desarrollo personal; quería ayu-
dar a la sociedad y ser útil, y no tenía prisa
por ser popular.
FK: Yo empecé a construir cuando aún
era estudiante. No sentía que tuviera que
esperar. Cuando me gradué, yo ya era ar-
quitecto.
AK: Te recuerdo como un Francis muy
sencillo, de tu época pre-Aga Khan. ¿Cómo
te afectó ese premio? Recibir tanta atención
de golpe debió ser casi como una prueba, y
un reto porque con el reconocimiento hay
una carga asociada.
FK: Cuando miro atrás me doy cuenta
de que fue muy importante para mí ganar
el Aga Khan. Hay gente que dice que los
premios no sirven para nada, pero en mi
caso no es verdad. Generó atención sobre
mi trabajo y gracias a eso conozco a gente
como Luis Fernández-Galiano, comisario de
la exposición en la que nos encontramos.
Después se convirtió en una responsabili-