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«El lugar es muy
importante, pero
en muchos casos
hay que salir de
él para encontrar
cosas nuevas»
trabajo el que me provoca la intención de
cambiar. Hace un tiempo me encargaron
una casa en un sitio en el que no había
nada más que tres o cuatro casas feísimas.
Un terreno plano; una zona sin historia, sin
geografía… El cliente, muy simpático, muy
abierto, pedía una solución, pero no quería
nada en especial. Era todo muy neutro, y no
sabía qué hacer. Entonces, cuando empecé,
casualmente hice una visita a la obra de
Adolf Loos en Viena, que era alguien que
no me interesaba mucho, he de reconocerlo.
Veía las fotos: una ventana aquí, otra allí,
y pensaba: «¿qué confusión es esta?» Pero
entré en su Casa Müller, y allí me di cuenta
de que las ventanas estaban todas en su
lugar. Era una atracción magnética en la que
te dabas cuenta de que cada ventana no se
podía mover de su sitio. No era modulación,
proporción, nada. Vi que el rigor de implan-
tación de estas ventanas y el secreto de su
unidad total era que nacían del interior. Y
nacían como el complemento de un proyecto
total, y por tanto, aunque al principio no lo
entendieses, había magnetismo: era de una
autenticidad total, no había trucos. Era su-
blime. Cuando volví a Oporto, desarrollé el
tema de las ventanas, y fue Frampton quien
identificó la influencia directa. El lugar es
muy importante, el contexto. Pero en mu-
chos casos hay que salir de él para encontrar
otras cosas nuevas.
VV: Pero en tu pabellón de Lisboa para
la Exposición Internacional hiciste un toldo
que no parecía de Siza...
AS: Es verdad que no lo parecía. Y eso
me gusta. Cuando hice el pabellón para la
Serpentine en Londres con Souto de Moura,
hubo un amigo de Eduardo que le dijo: «este
proyecto no parece tuyo», igual que otro
amigo mío me lo había dicho a mí. Y no lo
parecía porque el tema es distinto, y hay algo
no reconocible que viene de condiciones
de trabajo distintas, de estímulos abiertos.
En el caso de Lisboa, lo que pedían en este
proyecto era hacer algo que no se sabía para
qué serviría (aún hoy no sé para qué sirve).
Pedían un gran espacio cubierto para recibir
a la gente. Empecé con una gran losa con
pilares, muchos pilares, a la manera de Nie-
meyer. Un día llegó un ingeniero muy bueno,
que no quería pilares: quería hacer una gran
cúpula. Pero eso no servía, no abrigaba nada,
porque era muy alta. Lo que necesitábamos
era que la curva de la cúpula estuviese al
revés. Y pensé: «¿se podría hacer?» Entonces
se me ocurrió la solución con una tela plás-
tica, aunque yo quería algo duro y pesado.
Al final, el ingeniero me dijo que la solución
era muy simple: unos tirantes envueltos en
20 centímetros de hormigón y luego unos
tubos. En realidad, fue todo muy prosaico.
VV: Tenía la sensación de que se trataba
más bien de la exhibición de una acrobacia, y
me parecía que eso no correspondía a tu ser...
AS: Hay una anécdota divertida, y es que
en el pabellón dibujé unos muebles. La seño-
ra que dirigía la Expo me dijo: «Siza, cuidado
que en esa silla se tiene que sentar Coll, y él
tiene un c... muy grande». Y entonces hice
una silla grande. Pero después hubo una
ceremonia donde se sentó ¿Sampaio?, que
era pequeñito, y se quedó ahí con los pies
colgando…
VV: Una cosa que me llama la atención es
que has sido profesor en diferentes escuelas:
¿cuál es la esencia de tu enseñanza? ¿Qué
enseñas con más entusiasmo?