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los doscientos últimos años… Todavía sigo
creyendo que hay que ser muy cuidadoso
a la hora de renunciar a las preexistencias,
de desperdiciarlas…
KF: En este sentido, recuerdo algo que
dijo un marxista argentino (citado tal vez
por Tomás Maldonado), y que me impactó
mucho: no se puede hacer nada sin generar
desperdicios. Se trata de una declaración
sorprendente. Es a esto, precisamente, a lo
que nos estamos enfrentando.
RM: Siempre es necesario construir.
Construir es un acto de fuerza que siempre
implica dañar algo hasta cierto punto: no
hay duda al respecto. Además, es imposible
repetir una y otra vez lo mismo, quedarse
quietos para siempre. Cuanto más en pro-
fundidad conoces la historia de la arqui-
tectura, más te das cuenta de la rapidez
con la que cambian las cosas. Se necesitan
largos periodos de tiempo para que un tipo
arquitectónico se desarrolle, y, sin embar-
go, no puedes dejar de estar siempre alerta:
lo ves cambiar año a año. Pero los nuevos
arquitectos ya no son capaces de adaptarse
a ningún esquema de estricta repetición.
KF: Para las generaciones más jóvenes, el
problema está, por ejemplo, en la seguridad
en el empleo, que ya no se da por hecha. No
hay estabilidad, sino lo contrario: la socie-
dad en su conjunto resulta muy inestable.
Y esta es la razón por la que, a riesgo de
parecer un poco ridículo, sigo pensando en
términos de resistencia. No en el sentido de
que uno no deba cambiar, sino en el de que
la arquitectura todavía tiene el potencial de
dar a los seres humanos, durante el tiempo
de su corta vida, algún tipo de sostén. Se
trata de una aspiración que, de algún modo,
acaba siendo ética.
RM: Pero, aunque ya no sepamos cuál
es la verdadera expresión del Zeitgeist hoy,
resulta difícil creer que lo que hacemos está
al margen de lo que la sociedad nos pide.
Desde este punto de vista, no es difícil en-
tender cómo se construirá el mundo. Pero
esto no implica que no debamos aceptar
que lo que sucede en el mundo de la ar-
quitectura probablemente refleja, nos guste
o no, lo que está sucediendo en el mundo
en general.
KF: Creo que tras esta situación subyace
un problema de clases sociales en la medida
en que, en cierto modo, podría decirse que el
proyecto asociado a la idea de progreso, el
proyecto de la Ilustración, es un proyecto de
la clase media. Y podría decirse que la fe en
la democracia también lo es, y que, cuando
se acaba con la clase media o cuando no
se es capaz de producir más clase media,
entonces lo que se pierde es la propia de-
mocracia. Esta es la situación en la que nos
encontramos, porque todo ese movimiento
de dinero que, con la globalización, acaba
en la cúspide de la pirámide social, forma
parte de otro movimiento que destruye la
clase media.
RM: Es cierto que parece que la clase
media hoy está en su mayor parte destruida,
y sin embargo esto implica que los nuevos
proletarios no son ajenos a muchas de las
cosas más valiosas producidas por la cul-
tura y la historia. Tienes que admitir que
antes la gente nunca tuvo la oportunidad
de sentirse realizada, de llegar a las cosas
valiosas de la vida…
KF: La paradoja es que cuando esas cosas
se comienzan a mercantilizar, como ocurre
con todo, entonces el valor del objeto de-
seado empieza a dejar de ser algo deseable.
Se trata de un extraño enigma.
«Construir es un acto
de fuerza que siempre
implica dañar algo»