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RI: En Róterdam, donde está tu oficina,
hay una agencia dedicada a las estrategias de
adaptación al cambio climático; una agencia
que en los dos últimos años ha exportado su
información a ciudades como Nueva York.
Se prevé que a finales de este siglo el 90%
de las grandes ciudades del mundo sufrirán
agresivos cambios en el nivel del agua, se-
mejantes a los que se producen en Venecia
con el acqua alta. Hay también una nueva
plaza en Róterdam, la Benthemplein, con-
cebida como una esponja urbana capaz de
hacer frente a este fenómeno. ¿Deberíamos
aprender de Róterdam?
RK: No creo que tenga que posicionarme
respecto a Róterdam, pero digamos que el
conjunto de los Países Bajos constituye un
experimento sobre lo que se puede hacer en
una situación extrema de cambio en el nivel
del mar. Y es una experiencia que muestra el
carácter fundamental que tiene la colabora-
ción, así como el potencial para el desastre
que tiene la ideología cuando se impone a
la objetividad. El nivel de consenso resulta
crítico a la hora de enfrentarse a situaciones
complejas. Y esta es la razón por la que estoy
tan interesado en la Unión Europea, que en
cierto sentido es como una Holanda mucho
más grande, y también necesita crear una
cultura de consenso que pueda ir más allá de
los partidismos, y que atienda al sentimiento
de comunidad y a los valores compartidos.
Se trata de una mentalidad muy holandesa.
RI: En tu texto para la Bienal de Venecia
de 2014, así como en tu charla en Pamplona,
has alertado de la amenaza de un ‘régimen
digital’. Cada vez más tenemos que ver con
mecanismos que sustituyen nuestros pen-
samientos con dispositivos de memoria ex-
ternos. Desde el punto de vista humanístico,
resulta un gran problema el hecho de que
empezamos a perder el contacto con la inte-
ligencia que hay dentro de nosotros. La tec-
nología se mueve tan rápido que no somos
conscientes en absoluto de lo generalizada
que está. Existe una amenaza real que hace
que los medios se estén convirtiendo en fines
en sí mismos. ¿Deberíamos intentar contra-
rrestar esta tendencia, frenar a los objetos o
al menos creer que los tenemos controlados?
RK: Yo no lo presentaría de ese modo,
aunque estoy de acuerdo contigo, porque me
parece demasiado nostálgico. Es reseñable lo
fácil que en poco tiempo podemos hacernos
con una cantidad increíble de información.
Pero transformar tal información en cono-
cimiento es, por supuesto, un arte. Así que
no creo que la gente se vuelva más estúpida,
aunque me preocupe la cultura que todo esto
implica. La comercialización que hay detrás
de paradigmas actuales como los de las Ciu-
dades Inteligentes es muy interesante por
cuanto quienes proponen esos paradigmas
parecen ocultar los acicates especulativos
que hay detrás de otras narrativas más gene-
rales. Que todo esto se traduzca en control o
manipulación social está por verse. Pero mis
reticencias al tipo de críticas que haces es que
es algo que no puedo apoyar del todo, a pesar
de que creo que no estás equivocado. Creo
que el modo en que formulas tu análisis es
incapaz de encontrar algo bueno en todo lo
que está pasando, y no puedo estar de acuer-
do con ello. Comparto tus preocupaciones,
pero me parece que la postura antimoderna
que hay detrás es elitista. No creo que este-
mos en un contexto en el que 10 mil millones
de personas puedan ser antimodernas. Quizá
los pocos que tienen la suerte de tener una
granja en la Toscana pueden permitirse el
lujo de ser antimodernos. Así que esta sería
mi respuesta, y también respecto del asun-
to corporativo. Todavía pienso que estamos
condenados a la modernidad y que debemos
hacer algo con ella: quejarse impide tener
una relación productiva.
«Europa necesita crear
una cultura de consenso
que pueda ir más allá de
los partidismos»