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tectura: es su forma de ver la naturaleza.
En su formación en La Chaux de Fonds,
L’Eplattenier le alentaba a observar la natu-
raleza, a abstraerla y crear un emblema con
ella. Le Corbusier deja su temprano regiona-
lismo detrás, pero su forma de entender el
paisaje permanece en su pensamiento. Por
eso tenía esa gran capacidad de observar
una concha, o un barco, por ejemplo; en los
años 30 transforma estos objetos en lenguaje
y, de alguna manera, ese es el comienzo de
Ronchamp. Ronchamp comienza realmente
con los dibujos de barcos y conchas años
antes. Por lo tanto, ¿dónde está este edificio
en el tiempo? Hay un dibujo en el libro, con
un casco de embarcación y una concha, la
coque y la coquillage (cáscara en español). La
coque es el barco, y la coquillage la concha.
Este juego de palabras le caracterizaban y,
aunque era el momento del surrealismo, él
nunca se adhirió directamente; no le hacía
falta, él siempre pensó en este tipo de am-
bigüedades. En sus primeros textos, de sus
viajes, habla de palabras visuales básicas,
que no quieren decir nada, pero tienen un
significado potencial. Son como una gramá-
tica de formas fundamentales, que es como
él piensa cuando pinta.
JNB: Para mí, la obra de arte es una forma
de mediación, como ‘La mediación del orna-
mento’ de Oleg Grabar. Me gusta mucho este
título, me parece muy profundo. El arte en
general es una mediación. No se sabe dónde
está el trabajo. A veces digo, quizá como una
provocación, que el arte es un parásito de la
obra de arte. De hecho, el color morado viene
de la cochinilla, un insecto que vive en los
cactus. Eso es lo que siento con respecto a
la obra de arte: ¿dónde está la obra de arte?
¿Está en el cactus? No, está en la destilación,
es algo que ocurre al final de un proceso. La
mente sigue el proceso y consigue una espe-
cie de éxtasis cuando encuentra el color. Eso
ocurre en Ronchamp habitualmente. Cuando
te sientas en los bancos de fuera y luego
caminas dentro, se siente una especie de éx-
tasis, y eso es la obra de arte. Es ese momento,
y no pasa habitualmente. Probablemente uno
tenga que ir en soledad, el interior de Ron-
champ se debe experimentar solo.
WC: Hablo sobre esta idea de la mediación
en mi texto ‘Abstracción y luz: una visión de
la Alhambra’, donde cuento cuando visité la
ciudad por primera vez en 1981, en febrero
con un frío helador, con Catherine. Veníamos
de Marruecos, desde el sur hacia el norte. Ya
conocía Marruecos, Siria y Egipto; por en-
tonces me interesaba mucho la arquitectura
islámica. Fue una decisión de última hora:
teníamos algún día libre y decidimos cruzar