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La idea del libro Havana: Autos & Archi-
tecture nació de este modo con el propósito
de ayudar a las generaciones presentes y
futuras, como también a los amantes de los
coches y de la arquitectura, a apreciar este
valioso patrimonio cultural tal y como apa-
rece conservado en una coyuntura tan crítica
como la actual. Mi mujer, Elena Ochoa, ejer-
ció un papel central como editora junto con
su equipo de Ivorypress. A su propuesta, el
equipo se enriqueció con la colaboración de
Eusebio Leal Spengler que ofreció, con sus
palabras, un boceto del espíritu y la historia
del lugar; de Nigel Young, cuyas fotografías
aúnan su experiencia técnica y su instinto
visual; y del escritor Mauricio Vicent, que
tuvo la idea de estructurar el libro a través
de la vida y recuerdos de los propietarios de
algunos coches muy especiales, cuyas histo-
rias a veces transcurrían a lo largo de varias
generaciones.
Desde el inicio decidimos situar el contexto
del libro valiéndonos de imágenes tomadas
durante la etapa en que se asentó el triunfo
de la revolución. Luc Chessex, un fotógrafo
suizo que viajó a Cuba en 1961 y se quedó
en la isla catorce años, nos ofreció una colec-
ción de fotos que, pese a tener más de medio
siglo, se mantienen como el día en que fueron
tomadas, con una maravillosa impronta de
inmediatez.
Recuerdo que una de sus imágenes, una
escena callejera de La Habana, me obligó a
volver atrás para observarla detenidamente.
Por primera vez aprecié la conexión visual
entre una mujer, en primer plano, y el auto-
móvil en movimiento que aparecía tras ella.
Ambos destacaban sobre un fondo oscuro que
desdibujaba todos los demás detalles. Siempre
supe que el diseño de los coches americanos
de los años cincuenta se inspiraba en líneas
antropomórficas, pero hasta ver esta foto no
pude establecer la relación escultural entre
el perfil de uno de estos coches y la silueta
femenina.
Quiero ahora recuperar la paradoja de la
Conga y trasladarme hasta Detroit, hogar an-
cestral de muchas de esas obras de arte que
siguen todavía circulando por las carreteras
cubanas, única forma quizás de entender su
propia contradicción.
La GI Bill, promulgada en 1944, dio a los
veteranos de guerra acceso a la educación y
les permitió comprar sus primeras viviendas,
lo que lanzó a las tres grandes corporaciones
de automóviles de Detroit a trabajar a un
ritmo hasta entonces desconocido. Durante
la década siguiente, la presidencia de Eisen-
hower promovió la National Interstate and
Defence Highways Act, que creaba una red
nacional de carreteras de alta velocidad. La
interconexión ofrecida por estas nuevas au-
topistas fue determinante en el boom de la
construcción residencial en áreas suburba-
nas, manifestación de un nuevo sueño ameri-
cano que sólo sería posible con la producción
en masa de coches asequibles.
La movilidad pasó a ser algo más que la
posibilidad de desplazarse rápidamente de
costa a costa, algo que sólo fue posible en-
tonces, pues la nueva generación de auto-
móviles irradiaba movimiento hasta cuando
estaban parados. Los diseñadores los dotaron
de alerones de cola inspirados en los cazas a
reacción más avanzados. Estos coches des-
prendían una gran sensación de velocidad,
exceso y suficiencia, y se vestían con gene-
rosos adornos de cromo y múltiples combi-
naciones de colores. El automóvil ya no era
sólo un medio de transporte, era un símbolo
de estatus en una sociedad en la que las cla-
ses sociales comenzaban a ser cada vez más
permeables, como una expresión de los logros
del individuo.