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interesantes entre el pasado y el presente.
En la época en que ganamos el concurso
para la Biblioteca pública de Nueva York,
decidí volver a visitar la biblioteca local de
mi juventud, en un oscuro rincón de un su-
burbio industrial de Manchester, y descubrí
en una placa conmemorativa que el edificio
había sido posible gracias al mismo mecenas
que había fundado el sistema de bibliotecas
públicas de Nueva York. Cuando era joven
en Manchester descubrí en las estanterías
de aquella biblioteca libros como Hacia una
arquitectura, de Le Corbusier. Me inspiró la
contraposición entre el hidroavión Caproni
y la Acrópolis. En este sentido, Le Corbusier
es como un alma gemela para mí, no sólo
por edificios tan hermosos como la capilla
en Ronchamp o la Unité de Marsella, sino
también por su fascinación por el vuelo y
las máquinas. La manera en que trazaba
paralelismos entre esas máquinas voladoras
y la arquitectura disparó mi imaginación
cuando era joven. Mientras paseamos por
los espacios de esta fundación y miramos
las maquetas y los dibujos de proyectos y
edificios, puedo empezar a hacer conexiones
visuales entre el vuelo y la arquitectura,
aunque sean indirectas e inconscientes. Por
ejemplo, el mobiliario en el que trabajé du-
rante la época del diseño de nuestro módulo
lunar toca el terreno con tal ligereza que
parece flotar sobre él.
LFG: Y este resultado a veces se expresa a
través de dibujos. Para ti, dibujar es muy im-
portante; es incluso una manera de pensar.
NF: Dibujo con propósitos diferentes.
Está el diálogo personal para explorar en
el papel una idea que existe en mi cabeza a
través de un intercambio con los demás. A
menudo, dibujo al mismo tiempo que hablo,
como en una presentación o conferencia.
También dibujo para dar alternativas a las
propuestas de diseño de mis colegas. Otras
veces, lo hago con diagramas que comu-
nican las ideas generadoras del proyecto,
en una suerte de validación del mismo. El
lápiz o la pluma, como el ordenador, son
herramientas. Mi obsesión con el dibujo no
niega en ningún caso la importancia que,
en paralelo, tiene el ordenador. Pero, como
el lápiz, el ordenador es una herramienta
(aunque maravillosamente sofisticada) que
es buena sólo en la medida en que lo sea la
persona que trabaja con ella. Luego están
los croquis con anotaciones, que combinan
lo mejor de las imágenes y las palabras, un
formato al que recurro constantemente.
LFG: Así que, para ti, dibujar es como
respirar.
NF: Desde que tengo memoria he estado
dibujando, y esta fue una de las razones por
las que quise ser arquitecto. Estaba dispuesto
a pagar por tener el privilegio de estudiar,
de trabajar para poder pagar las matrículas
y mantenerme a mí mismo. Para mí, hacer
arquitectura sigue siendo un puro lujo. Lo
malo es que, con el gran tamaño de un es-
tudio internacional, surgen muchas otras
cosas que hacer. Pero sigo sintiendo el gozo
de proyectar.
LFG: Sé que no quieres hablar ahora sobre
tu legado, algo que le dejas a los historiado-
res, pero desde tu primer proyecto en Man-
chester has guardado todos tus dibujos y
maquetas, así que de algún modo veo que
ahí hay un acervo de trabajo que puede ser
sustancial e importante para el futuro.
NF: Este material, que es orgánico y está
en expansión, abarca muchos temas para-
lelos. Uno de ellos es la nobleza de hacer
cosas, el orgullo de construir, y no sólo edi-
ficios. Esta tradición no es un tema de moda
en nuestra era digital, pero incluso en un
mundo entregado a lo virtual hay una ne-
cesidad creciente de ciudades, edificios y del
movimiento de la gente entre ellos mediante
coches, aviones y trenes.
La búsqueda de la calidad es un recordato-
rio de esa tradición, no sólo de la fabricación
en sí misma, sino de la concepción inicial de
un objeto y de su reconocimiento posterior.
Para explicar la importancia que tiene un
enfoque personal del diseño, suelo repetir
el lema de que «la calidad es una actitud
mental». En la creación de un edificio hay
tres recursos fundamentales: el dinero, el
tiempo y la energía creativa. Pero es siem-
pre el elemento creativo el que determina la
calidad del producto final, no la cantidad de
dinero o tiempo empleados. Algunos de los
mejores edificios que hay en el mundo se han
construido en un tiempo récord, y a menudo
con presupuestos muy reducidos. Algunos
de los peores se han eternizado y han costado
una fortuna. Esto no significa, por supuesto,
negar la sabiduría que hay en invertir en
materiales más duraderos y en habilidades
artesanales. Pagar más para hacerlo bien de
una vez en lugar de tener que rechazarlo y
probar de nuevo (y a veces, más de una vez)
resulta, al final, más económico. Ocurre lo
mismo en la aviación, donde «el precio de la
seguridad es la vigilancia constante», y nada
puede darse por sentado, todo debe cuestio-
narse. Hay un vínculo directo entre poner
«Es siempre el elemento
creativo el que determina la
calidad del producto final,
no la cantidad de dinero o
tiempo empleados»