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ejercer roles públicos o poder tener un papel
político dentro de la sociedad. Y, después,
poder formar parte de un comité ejecutivo,
o de una dirección empresarial: poder formar
parte de los estamentos que toman las deci-
siones importantes desde el punto de vista
público de la sociedad, pero intentando que
en esa equiparación de derechos haya también
una equiparación de roles, es decir, haciendo
que la mujer actúe como el hombre. Estamos
en una situación en la que debería haber una
revisión del feminismo asociada a la idea de
que el medio ambiente y la naturaleza nos
ponen, como especie humana, en nuestro
sitio: en un lugar más vulnerable donde quizá
no queramos ser hombres. Quizá yo no tengo
interés en ser presidente de un partido político
o de una empresa si eso significa que no voy
a poder conciliar mi vida privada con mi vida
pública, si eso significa que voy a renunciar
a una maternidad presente...
CP: Pero es la sociedad, no sólo el hombre,
la que mantiene los papeles tradicionales del
género. A estas alturas, parece estar claro
el feminismo por el que debemos abogar,
pero, por decirlo así, yo no quiero que me
regalen nada. No quiero que me seleccionen
para un puesto o un para un concurso por
el mero hecho de ser mujer. Me considero
mejor arquitecto que muchos arquitectos.
Tengo una visión del mundo que se com-
plementa con otras visiones del mundo. La
historia, la cultura, la genética o la biología
nos han llevado a que unos percibamos la
realidad de una manera y otros de otra. En
este contexto, la mujer ha de reivindicar el
papel fundamental y activo de la condición
femenina. No quiero que me den la mitad de
algo: renuncio a la caridad y a que me califi-
quen o encasillen bajo un cierto patrón. Veo
la vida como un conjunto, y en la vida hay
aspectos que se deben a la visión masculina
y otros que proceden de la visión femenina.
Por eso, cuando dices que no querrías ser
director porque tendrías que renunciar a mu-
chas cosas de la vida, pienso que la persona
que ha llegado a ese cargo y se supone que
debe dejar de lado ciertas cosas tampoco
tendría por qué hacerlo. De ahí mi afirmación
de que, a la postre, es el mercado el que ha
salido ganando: lo único que cuenta es la
productividad, los beneficios a corto plazo y
que exigen un sacrificio inmenso… Es contra
esta situación contra la que debemos luchar,
en pos de una vida más completa y dotada de
visiones múltiples y complementarias.
IC: Por aunar los mensajes, creo que la
incorporación de la mujer supone una ventaja
colectiva, no para las mujeres, sino para el
conjunto de la sociedad. Se trata de reivindi-
car y volver a poner en valor y a disposición
de toda la sociedad unas herramientas —que
se han adquirido y se han naturalizado— de
trabajo y de diálogo, y un patrimonio cultural
y un acervo que hasta ahora no han formado
parte de las conversaciones sobre la vida pú-
blica. ¿Dejamos a los inmigrantes sólo vivir en
nuestro país o les dejamos también que cam-
bien las reglas? Porque a lo mejor deberíamos
no sólo dejarles vivir como nosotros vivimos,
sino permitir también que cambien parte de
nuestras reglas para que nuestra sociedad
evolucione hacia un cosmopolitismo mayor.
CP: Cada vez que se ha dado un auge de co-
nocimiento, de diversidad, de contaminación
de unas culturas con otras, se han generado
momentos de paz y, también, momentos de
cierta prosperidad. Pero queda claro que el
intercambio de culturas ha supuesto siempre
una implicación común: en caso contrario, el
resultado es el aislamiento, y, cuando uno se
cierra al exterior y a los demás, la prosperidad
se acaba. Por eso creo que los nacionalismos
excluyentes sólo llevan al conflicto.