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ra: por un lado, es tremendamente creativa,
pero por el otro es muy científica, y debe ser
muy precisa. No valen las aproximaciones,
tiene que ser exacta. Como la arquitectura.
No vale el tono casi correcto, o la altura casi
exacta. No es negociable.
FN: Sé que estudiaste música y que ade-
más se te daba muy bien. ¿Todavía tocas?
DL: No. Es muy difícil ser aficionado
cuando eres profesional. Cuando tenía
quince años actuaba con los mejores mú-
sicos clásicos en los sitios más importantes
de Nueva York. Si lees las reseñas de aquella
época en el New York Times, por ejemplo,
muy pocas veces hablaban de ellos, porque
yo era un fenómeno. Era muy pequeño y
tenía un acordeón enorme, que me tapaba
de los pies a la cabeza. Entonces el acordeón
era un instrumento que la gente asociaba
con la música popular, no con el Barroco
que yo tocaba. Muchas veces se lo asociaba
incomprensiblemente con los gitanos o po-
bres que pedían por la calle, y es en realidad
un instrumento muy complejo, como una
pequeña orquesta. Aunque me da pena no
tocar, estoy muy agradecido al acordeón: si
no hubiese sido por él, no creo que hubiese
acabado siendo arquitecto.
ES: Es interesante. Yo estudié cuatros años de
solfeo y dos de piano. Luego paré y lo olvidé
todo: lo podía leer, pero no tocar. Ahora,
curiosamente, todo me ha vuelto. Y eso no
quiere decir que pueda tocar, pero cuando
creces como arquitecto empiezas a ver mu-
chas relaciones que, como decías antes, no
son metáforas, sino ritmos, espacios, tiem-
pos… Lo que me recuerda de nuevo a Arvo
Pärt. Era muy callado, muy callado, pero con
sus silencios lo decía todo.
FN: Cuando hicimos el edificio para él
en medio de este fantástico bosque estonio,
un entorno maravilloso de enormes pinos,
queríamos ser muy cuidadosos con la natu-
raleza, y eso nos obligaba a ser muy precisos.
Recuerdo un día que estábamos replantean-
do el edificio en el bosque, y estaban Arvo
y gente del equipo, y cada vez que hacíamos
algo, todos le miraban, buscando su aproba-
ción. Entonces se acercó a nosotros y nos dijo
muy educadamente que, quizá, estábamos
demasiado cerca de una casa, y que preferiría
no verla. Empezamos de nuevo y movimos
el proyecto casi nada, apenas cinco metros,
hasta que le pareció que ya era suficiente.
Volvió y nos dijo, lo recuerdo perfectamente:
«Escucha, ahora me doy cuenta de que somos
exactamente lo mismo. Yo nunca termino
mi música porque siempre quiero precisarla
«La arquitectura está
íntimamente relacionada
con la memoria, y no es
una característica de la que
se hable habitualmente»